Escrache a políticos

Dice Neruda que los conquistadores torvos se llevaron de América el oro pero dejaron las palabras, como piedras preciosas. Los porqueros, gañanes y frailes sembraron en las tierras vírgenes un idioma luminoso, que ahora, rebota cada día desde el otro lado del mar. A veces nos llegan hermosas palabras y otras palabras viles como escrachar que ha surgido como una pelota de goma. Este neologismo procedente del lunfardo es un vocablo piquetero, propio de tango, algo así como patota o gresca callejera. Escrachar, romper la cara a trompadas, procede quizás del genovés y ha terminado expresando el hecho de dar patadas a las puertas, arrojar huevos, dejar pancartas, acosar, insultar, practicar la violencia contra todo aquel que se considera corrupto, torturador o enemigo del pueblo.

En un país como éste con cien ejecutivos de banca y políticos a punto de sentarse en el banquillo, la palabra ha salido del sótano de las jergas para acorralar a los políticos en el estrépito del motín, esa forma arcaica de revolución a la española. Los estafados por las preferentes y los desahuciados, persiguen a dirigentes hasta el domicilio familiar. En las últimas semanas Alberto Ruiz Gallardón y González Pons, han soportado amenazas en su propio domicilio.

La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría hace mucho tiempo que está alertando a su partido, de esa persecución; acaba de decir que el escrache no está amparado por la libertad de expresión. Pero no todo el mundo se opone al ojeo a políticos como si fueran faisanes. En este fin de semana los preferentistas impidieron que el PP celebrara su congreso en Pontevedra y tuviera que huir hasta Silleda, entre gritos de «queremos nuestro dinero».

El catedrático de economía Arcadi Oliveras se pone de parte de los afectados por la hipoteca (PAH): «El escrache es legítimo y necesario». Yo busco a mi asesor en movidas, Javier Esteban, con el que comparto el arroz y las ideas. El profesor-doctor de Derecho Constitucional- me da doctrina: «Los manifestantes con la cabeza rota, los ancianos desahuciados, los millones de ninis y cientouristas son los escracheados del sistema, pero esos no cuentan». Escrachear, esa forma canalla de señalar, calienta a los bomberos que declaran estar a las órdenes de los ciudadanos, no de los bancos ni de la casta corrupta. La cobardía sublimada empieza a ser un fenómeno de insumisión y de cambio. «Puede tener- dice Esteban- un efecto contrario al que buscan. En lugar de criminalizar a la clase política pueden convertirla en víctima. La frontera entre socializar el sufrimiento y acosar a un grupo no existe, y como sabes en las mejores causas aparecen las peores ratas». Ya no está claro que las masas sean los héroes: algunas veces rompen las urnas.